Pasaje
Una polilla se apagaba
se dejaba estrangular por
las horas
agarrada a la pared de la
sala de hospital
donde los vientres
estaban a punto de
abrirse
supe que aun con su
agonía a cuestas
quizás debido a ella
era todavía parte del
mundo
porque al tocarla con mis
yemas sentí
la gamuza de su cuerpo
recibirme humana
en su ser de insecto
¿te conté que antes de
morir,
cuando no se aparean,
se vacían el útero de
huevos
que están vacíos?
Estaba en eso cuando la
acosté en mi mano
y el suyo era un cuerpo
en coma
que reconocía la piel
con un profundo silencio
¿te dije que sus alas
huelen como el polvo
acumulado sobre los
muebles
después de una larga ausencia?
¿que es preciso desplegar
muy grandes
los párpados para ver el
salto inaugural
que la devuelve añeja,
recién nacida
a la caricia del
crepúsculo
guiando su último vuelo
de regreso a la tierra?
La piel de la oruga (Viajero Insomne, 2016)
Ilustración inédita de María José Cabral para Brote Roído.
***
Yo
dije el mar
Una vez yo dije el mar
y estábamos desnudos
vos y yo
como dentro de una caja
de zapatos
con algunos orificios
para el aire
lo recordé ayer
al bajar del colectivo
que me deja justo
frente al hospital
del cáncer
esperando un cambio de luz
para cruzar la calle
vi la playa
tan vacía como antes
esa tarde
bajo el peso de tu cuerpo
un paraguas destrozado
como un ave marina
que deja sobre la arena
una huella
a la par que la borra
mientras la piel
pegada a los huesos
varillas de metal que sostienen
la lluvia, se agujerea
como tela
del color de la carne de
un molusco
ahí estaba
un paraguas caído
cadáver de alas abiertas
en medio de la calle el
dolor
de inventar otra vez
el recuerdo del mar
yo dije el mar
como podría haber dicho
la cama
con las sábanas revueltas
como espuma
La piel de la oruga (Viajero Insomne, 2016)
Ilustración inédita de María José Cabral para Brote Roído.
***
Podría llevarme en
brazos
hasta
su cueva
y
desnudarme,
lavarme
con su lengua
de
pies a cabeza, como lo haría
una
gata con su cría.
No
haría nada por detenerlo,
no
haría nada.
Se
acerca a la sombra
(mi
sombra sobre la que estoy tendida)
donde
descanso del camino,
lleva
su manto de oveja
echado
a los hombros, debajo
su
piel de lobo.
(el bosque hiela de noche)
Se
deja ver a medias,
también
necesita un ser
entero
para sí, deseado en todo su mal
(con
todas sus cruces)
en
tanto está cercenado
de
su imagen que lo mira disfrazarse
y
admira su destreza
camaleónica.
La
máscara se ha quedado
pegada
al rostro, al pellejo, si tira
se
desgarra;
toda
su verdad sigue siendo
una
gran mentira, caramelos
ácidos
que
me hacen doler la panza
son
cuentos como diapositivas
que
pasan, que cambian
sus
escenarios, sus personajes, mientras él
sigue
siendo el mismo y brilla
en
medio del caos. Él brilla.
(su
oscuridad le imprime una belleza
poco
común, el bosque
se
derrama de flores y gotas,
se
alarga hacia la luz de la luna
en
su presencia)
Veo
sus ojos entre las hojas, me dicen
que
debo temer y que no tenga miedo,
me
enseña los límites
del
abismo, lo ilimitado de la entrega
me
invita
a
lo que vendrá y yo me adelanto
en
sus ojos lo veo, nos veo
renacer.
Su
sombra se funde
con
la mía
se
estremece sobre las flores
se
tiñe de sangre, como un anochecer
él
se aparta y mi sombra
ya
no está pegada a mi cuerpo
sino
al suyo.
Lo
miro, lo atraigo hacia mí
sin
palabras, con un deseo
que
me avergüenza y que esta noche
no
me deja dormir. Lo miro
directo
a los ojos, ahí
lo
que vendrá, como si fuera posible
revelarle
un secreto que ya conoce:
He conocido el
placer
de tu mordida.
El vientre del lobo [un cuento oscuro] (Tanta Ceniza Editora, 2020)
Bonus de Melisa:
QUISE
ENHEBRAR EL OJO DEL CALAMAR
no
tenía claro si la tinta era sangre o sólo tinta
como
cuando se corre lo que escribo y se mancha,
como
cuando lastima
los
puntos en la herida cuando se va secando el poema
¿cuántos
puntos o versos
hasta
que se alivia lo incurable?
tenía
ocho años y extendía sobre la mesa el cuerpo
flexible,
tendida en la bandeja
de
aluminio reluciente espejo
mi
imagen, el bisturí
un
tallo plateado entre los dedos
las
suaves membranas de la piel
los
tentáculos salinos
tan
húmedos y sus cráteres rosados,
quería
lamerlos y ensuciarme los labios
y
las manos con su jugo
azul
o negro, probar
su
rigidez con mi lengua
yo
escribo porque duele y la pluma se desborda
pero
si fuera sangre, ¿qué pasaría?
¿o
acaso no es sangre lo que se enfría y se va
tornando
oscuro, escritura
debajo
de la terca paciencia de un cadáver?
(poema de un libro
inédito)
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María José Cabral: Artista visual, ilustradora, docente. Egresada de la Universidad Nacional Córdoba. Fue asistente de artistas argentinos y extranjeros. Becaria del programa de residencias El Levante. Asistió a clínicas de obra, cursos de gestión, curaduría, ilustración y capacitación docente.Sus trabajos se exhibieron en muestras colectivas, individuales y publicaciones. Actualmente vive y trabaja en Buenos Aires.
MELISA MAURIÑO (Buenos Aires, 13 de diciembre de 1985). Licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires. Escribe poesía y narrativa. Publicó los poemarios «La piel de la oruga» (Viajero Insomne, 2016); «La Dalia Negra y otros poemas criminales» (Al Filo Ediciones, 2019); «The Joke [la broma] a tribute to Joker» (mardelobos, 2020); «El vientre del lobo [un cuento oscuro]» (Tanta Ceniza Editora, 2020). Publicó su primera novela «Nínfula» (mardelobos, 2019) -libro I de La Trilogía de lo perdido- de manera independiente y autogestiva.