Los poemas de
Antonella Vulcano están escritos sobre la más profunda realidad. Ya hemos
hablado de realidades, de extrañamiento, sin embargo la realidad que propone la
autora de Años de casa es una en la que no hay extrañamiento en la
cotidianidad, sino que hay una mirada más profunda. Por ejemplo el primero de
sus poemas comienza con el verso: /Hay
telarañas por toda la casa/ y aquí viene la definición de esta realidad: No
hay nada nuevo, todo ya lo sabemos, pero eso que no es la casa, también la
hace, tomar las partes por el todo para caer con propiedad sobre las partes.
Las telarañas, en definitiva, siempre
están y, mientras algunos nos
preocupamos por combatirlas, otros simplemente las dejan como parte del todo.
Pero el verso siguiente otorga aún más fuerza a la construcción: /mi sobrino las señala preocupado/. No
solo que es un niño el que está observándola (en un mundo adultocéntrico) sino
que es también el que se inquieta ante esta presencia. Entonces, hablamos de
una realidad profunda, no por lo que se ve, sino por cómo se lo ve.
Roberto Juarroz
en la entrevista Poética y Creación (1977) menciona que la importancia del objeto artístico no es ver, sino dar a ver, dar a
ver lo que la tontería nuestra de cada día no nos deja ver. De allí el
énfasis en el segundo verso: /mi sobrino
las señala preocupado/. El “yo” poético ni siquiera se adjudica la frase a
sí, sino que personifica la mirada de un tercero, un niño. Un decrecimiento
hacia una posibilidad menos hegemónica del oligopolio del adultocentrismo.
Lo
sencillo, la experiencia configura un lenguaje a simple vista armonioso, pero
se alza de una fuerza fatal en los finales de los poemas. Pareciera que
Antonella dosifica la fuerza para llegar a un climax (final) que deja a uno
resquebrajado en la tenacidad de la experiencia. La casa es el sitio donde
transcurre la poesía, las comparaciones configuran sentidos existentes pero
impensados / La medida de mi escritorio
es la de una mujer muerta/ sostiene el “yo” poético. En los poemas de la
autora de Años de casa confluyen la forma y el contenido de la experiencia de
una forma dinámica, versos suaves que hacen poemas potentes, una mirada simple
que transmuta en tantísimos cuestionamientos.
Por
otro lado, las ilustraciones de María José Cabral en el pestañear hacen de la
sencillez lo sensible. Uno no lo percibe, pero cuando pestañea ya se encuentra
sumido en la profundidad de la creación artística. Por ejemplo en Madrugar la
cotidianidad es desgarrada por un realismo invisible. No se puede observar con
ningún tipo de inocencia el arte de María José o, al menos, no deberíamos, el
trazo suave, lo que parece armonioso esconde tantas preguntas como posibles
respuestas. El dibujo Mujeres
planchadoras pertenece justamente al libro Tres mujeres planchadoras (2017) que
se constituye por poemas de Mariana Robles e ilustraciones de María José.
Antonella I.
Vulcano vive en Buenos Aires, estudia Letras en la Universidad Nacional de
General Sarmiento (UNGS). Publicó de manera independiente los fanzines Sobre
buenos Aires y otros barullos (2016), A dónde van las hormigas (2017), Tu cara
no se parece a las cosas que nacen de día (2017), y Acuarelas (2017). Publicó
en formato digital Tu cara no se parece a las cosas que nacen de día. Ocho poemas
seleccionados (2017, Editorial El perro y la rana) y Microdisidencias (2019).
En el año 2020 se publicó su primer poemario Años de casa (Editorial Santos
Locos poesía). Es parte de la dirección de Revista Descolonizadx en donde se
desempeña como editora.
María José
Cabral: Artista visual, ilustradora, docente. Egresada de la Universidad Nacional
Córdoba. Fue asistente de artistas argentinos y extranjeros. Becaria del
programa de residencias El Levante. Asistió a clínicas de obra, cursos de
gestión, curaduría, ilustración y capacitación docente.Sus trabajos se
exhibieron en muestras colectivas, individuales y publicaciones. Actualmente
vive y trabaja en Buenos Aires.
Años
de casa (Santos Locos, 2020)
*
Hay telarañas
por toda la casa,
mi sobrino las
señala preocupado
sin saber que
lucha con la indiferencia
que me acecha en
los momentos
en los que nadie
pregunta por este abandono,
por este polvo
tirado en las cosas
como si fuese
harina sobre la mesada.
Así son mis
días,
calientes
desde afuera.
Ilustración: María José Cabral
*
Todavía
me
parece escuchar
el
ruido de las monedas
chocándose
en tu bolsillo.
Yo
sé que era una sorpresa
y
perdón por sospechar,
pero
a veces mi mente
suele
amontonar
el
gesto de amabilidad
y
de inquietud
en
un mismo recuerdo.
Ilustración: María José Cabral
*
Qué destino,
decía mi papá
cuando a alguien
le pasaba algo
de eso que
llaman, definitivo,
en un segundo te
cambia la vida, decía.
Qué destino el
de ese chico.
Yo siempre creí
que no había razones
para asustarme
porque al final
las cosas siempre salían bien,
pero había una
lucecita en los ojos de papá que
me decía
seguí esperando
todos vamos a
estar alguna vez en la boca de otro
que no sabe
diferenciar
los niveles que requiere la catástrofe.
*
Hace muchos años
en la habitación
en la que duermo
velaron a una abuela,
apoyaron el
cajón de madera sobre el escritorio,
entre varios
hombres.
La medida de mi
escritorio es la de una mujer muerta.
Y eso sólo
aparece de vez en cuando,
no voy a mentir,
a veces escribo
como si estuviese despidiendo a alguien,
como si los años
que pasaron no hubiesen bastado
para abrir las
cortinas y las persianas de esta pieza,
ventilar el
perfume a flor,
el descanso
ecléctico de las cosas viejas y las nuevas,
que se tocan, se
acurrucan,
pero nunca se fusionan.
*
Hoy
también hace frio
y
creo que estoy a punto de desconocer
lo último que me
falta desconocer.
Hace años que
descanso de un golpe seco.
Recuerdo todas
esas cosas que antes nos pesaban.
Y ahora ya lo
sé:
nadie quiere
leer una historia
escrita en una
cama calentita,
tomando un té,
porque la
comodidad es mala,
la comodidad es
fea,
la
comodidad es un ave de rapiña.
Ilustración: María José Cabral para el libro Tres mujeres planchadoras
Inéditos
*
La
siesta era la hora
de
adivinar llegadas
sacar
las telarañas
de
toda máquina guardada
para
la posteridad:
una
que le hacía espuma al café,
otra
que rompía los trozos de fruta
con
la ferocidad de tus primeras mordidas
como
si yo fuese máquina
o
la miel que chorrea
sobre
la cama de los hijos
pegajosos
y furibundo,
como
si yo fuese tu animal tranquilo.
*
Un grito que llega desde el fondo
se desintegra
en la albahaca
el canto no es tan bruto
como el atardecer
llegamos a este tiempo decorando
paredes
y escuchando intermitente
la voz de nuestro padre
diciendo lo improbable:
son dromedarios.
*
Salí del juego, pero me quedé
enredada
construí mi cama con tus aves
muertas;
pasaron veinte años y no olvido al canario
naranja, como tus ojos.
Sos
un animal
que cambia de pies
más canto que animal.
*
Nunca olvidamos al perro
que también amaba dormir
abajo del sol.
No es tu calidez,
es lo poco que logré registrar:
Buki, Mora, Federico,
Tania, Lola, paredón,
tengo una lista de las partes
de un patio que vos pensaste
y yo habité.
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